martes, 28 de febrero de 2012

El café


Esta mañana en el café los obreros de costumbre, el oriental envejecido desayunando su cerveza de costumbre, la camarera, portuguesa, once años en Bélgica, atenta al telejornal: Suiza: encontraron sin vida flotando en el deshielo al inmigrante portugués dado por desaparecido desde finales de enero. Entonces lo contó, Aquí también encontraron a uno muerto. Trabajaba sin contrato, le dio algo en la obra y el patrón, para evitarse problemas, lo montó en el coche y lo abandonó en un parque. Aún estaba vivo y allí se murió, solito. Le ayudó este que viene… (Ese que viene es uno de los obreros de costumbre, otro día lo cuento).

Hasta mañana, Hasta mañana, los dos abuelos de todos los días, dos veces, dos cafés, los primeros los paga uno, los segundos los paga el otro, españoles de las montañas de León, amigos desde la infancia, más de cuarenta años en Bélgica, obreros jubilados, hablaban de la crisis (buscaban culpables, otro día lo cuento).

Al salir, Sí, este es otro sitio, pero es el mismo mundo otro de Max Ginsburg, tan encima que sigo sin enterarme, sin querer enterarme.

Max Ginsburg, nació en París en 1931 pero es un pintor de Nueva York. Pinta lo que ve con el estilo de hace unos años.  Los vendedores ambulantes, los que dormitan en el metro, en las esquinas, sentados, sucios; las mujeres mayores con el bastón a un lado y la morenita, del brazo, al otro; los sentados al abrigo del poco sol del invierno; los parques, los carritos, etc, etc. Realismo social, quizá vuelva a estar de moda.

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